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A juzgar por su reciente tráiler publicitario, el VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba enfrenta el mismo reto que la ambientación de una película de mambises: ser creíble. Una estrella que "aunque no lo parezca/ sigue siendo savia" presidirá la nueva cita del que ya Granma definió como un partido-para-siempre-único "porque garantiza la unidad de todos los cubanos que desean continuar construyendo una sociedad más democrática, inclusiva y justa... en un mundo en el que prevalece la fragmentación política de las fuerzas de izquierda frente al avance del neoliberalismo".
Despejada ya la incógnita de si sería presencial o virtual con la llegada de los delegados de otras provincias y la toma de temperatura, el Congreso se presenta como una perfecta oportunidad para un cambio político a partir del contagio masivo. Imagínense un brote de COVID-19 que arrase con toda esta gente con camisetas rojas y gastada retórica bélica, ¡qué gran transformación propiciaría!
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“Mi nivel de expectativas como la de tantos cubanos es muy bajo”, le dijo a la corresponsal de Associated Press Alina Bárbara López, historiadora y coordinadora de La Joven Cuba. “Este es el tercer congreso consecutivo que se está hablando de la necesidad de cambios. Cuando uno sabe que cada congreso demora cinco años y este es el tercero ya vamos viendo que es una década perdida tratando de cambiar. Hay mucha retórica, tratan de resolver los problemas de Cuba con conceptos”.
Es obvio que López, tan pesimista, no ha tenido en cuenta la posibilidad del brote masivo.
Para evitarlo, sin embargo, las autoridades dicen que todas las delegaciones están cumpliendo los protocolos sanitarios que impone la pandemia, al menos antes de entrar al hotel Palco, adjunto al Palacio de Convenciones, sede del evento. Mucho termómetro chino, mascarillas, alcohol. Y adjetivos: "cita histórica", de "importancia estratégica para el destino del archipiélago", "garantía de la continuidad del proceso revolucionario y la irreversibilidad del socialismo". Eso es lo que aparece por ahora en la prensa oficial.
Agencias extranjeras, menos pomposas, hablan de "PCC vs Internet" o de las "Cinco cosas que hay que saber" sobre el Congreso.
La gran duda es, por supuesto, si Raúl Castro, a punto de cumplir 90, cumplirá también su promesa de ceder el puesto de primer secretario del partido único a cada vez menos popular presidente, Miguel Díaz-Canel, de 60. Parece, por lo menos injusto, que Raúl se vaya a cuidar a sus nietos sin que nadie le pregunte por el famoso vaso de leche, que sus nietos seguro sí habrán tomado.
Lo otro es la crisis, que ahora sí parece seria, tras la parálisis, sin perspectivas de recuperación a corto plazo, del turismo, la gran apuesta económica de GAESA. Mientra la mayoría de los cubanos pasan largas horas en colas frente a los mercados semivacíos, los delegados al Congreso harán mil juramentos o recordarán la victoria de Girón.
Despejada ya la duda del "factor Biden", la retórica que veremos en este Congreso será mucho menos digerible que en ocasiones anteriores. Vendrán nuevas reformas económicas que evitarán como la peste la palabra "privado". Vaticino, también un "triunfalismo vacunal" que coincidirá con las peores estadísticas de la pandemia en la isla. Pero sobre todo, el Congreso estará completamente desconectado del creciente malestar provocado por la reciente unificación monetaria y sus efectos: devaluación, subidas de precios, inflación y la reducción considerable del poder adquisitivo de la gente.
Mientras que el tráiler publicitario del PCC muestra mambises a caballo y personas llenas de alegría, que corren, cantan y bailan, las calles de Cuba se van llenando de gente molesta, de todas las edades, con el ceño fruncido y cada vez menos miedo en el cuerpo. Para ellos --más bien, para saber cómo controlarlos-- es también que se hace este Congreso de los termómetros.
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