Cuando el pasado 17 de abril la Seguridad del Estado allanó la vivienda de Luis Manuel Otero Alcántara y se lo llevó arrestado junto a Áfrika Reina, la violencia del régimen totalitario cubano se convertía en el vernissage perfecto para la obra del artivista.
Sin saberlo, los represores daban el toque final al trabajo de un artista que sin dudas pasará a la historia como uno de los creadores cubanos más lúcidos y comprometidos con la libertad. Con su despliegue policial y su bajeza, los capataces de Cuba inauguraban una de las exposiciones más icónicas del arte de los últimos tiempos del castrismo.
Está en las redes y todos lo pueden ver: es un happening doloroso que expone la verdadera naturaleza del régimen, su dominio sobre los cubanos a través del terror y la violencia. En dos minutos y veinte segundos el totalitarismo quedó retratado para la posteridad -esperemos una en la que los cubanos hayan roto con un pasado de odio y brutalidad.
Bastaron 140 segundos para que 62 años de tiranía quedaran resumidos en un crudo performance que desveló el momento actual como resultado de más de medio siglo de predominio violento de una ideología y los intereses de unos sobre la nación.
Bastaron la cámara de un móvil y el valor de una ciudadana para que la cacareante revolución quedara desplumada, picoteando en su propio lodo. Bastó un allanamiento a la casa de un joven artista para que la montaña de cieno del poder quedara registrada en una fechoría atroz.
La aniquilación del individuo, la impunidad con la que pueden vejarlo, despojarlo de derechos y aplastarlo, la grosera manipulación, la cobarde prepotencia, el desprecio hacia los ciudadanos, la violenta reacción ante el arte y el pensamiento: todo ello quedó captado en un video que resume el abuso de poder que denuncia la obra de Otero Alcántara.
Esa mañana, mientras los comunistas que rellenaban el vacío del VIII Congreso pedían recuperar su patrimonio simbólico invocando como suyos un Patria y Vida que todos saben que fue siempre Patria o Muerte, una horda de represores allanaba el domicilio de Luis Manuel.
Entraban en tromba en Damas 955, mientras San Isidro estaba tomado por la Seguridad del Estado. Subían esposados y con violencia a Luis Manuel en una patrulla, a Áfrika en otra, a una tercera persona en otra, y cargaban tres con una cuarta; y arremetía una turbamulta en casa del artista para salir con todas sus pinturas estrujadas bajo los brazos, escupiendo consignas y certificando que el régimen cubano está herido de muerte cerebral.
Esa mañana, mientras las calles de La Habana se militarizaban con boinas negras, mientras decenas de activistas de la sociedad civil sufrían represión y cerco policial, mientras los delegados debatían en sus tres comisiones sobre “la guerra cultural y de símbolos que se nos hace”, en San Isidro el régimen exhibía su verdadero talento: el de maltratador violento.
Desde entonces Luis Manuel está saliendo a protestar en la calle, exigiendo que se respeten sus derechos, su libertad de pensamiento, de palabra, y su condición de artista. Pide que se le devuelvan las obras, que se pague por el daño hecho, que se respete su integridad física y moral, que Cuba no sea esta pesadilla que le persigue día y noche.
El domingo inició una huelga de hambre y sed. Luis Manuel respira ahora como un padre que perdió a sus hijos, con un grito ahogado, y el dolor es lo único que llena su mente y sus pulmones. Sus pinturas fueron desgarradas, su taller fue profanado y decenas de represores participaron del abuso mientras en los altavoces sonaba “¡qué manera de quererte, qué manera!”.
Lo odian. Quisieron darle una muerte cívica, pero ahora el civismo de los cubanos está con Luis Manuel. No pueden con el provocador que los deja encueros; y que pinta la miseria y la desigualdad sobre cartulinas en las que dibuja envoltorios de golosinas que los padres trabajadores no pueden comprar a sus hijos. No saben ya qué hacer con él.
Ante la oscura sima del totalitarismo, Luis Manuel ha incendiado cuerpo y alma en el altar de la libertad. Ha transmutado en su obra y su mente ha desembocado en el cauce de la Gran Obra de Cuba. El horror del allanamiento es de tal magnitud que, sin saberlo, el régimen ha firmado su propia sentencia; y constituye ello la mejor obra artística cubana de estos tiempos.
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