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Felicitado por sus amigos rusos (el patriarca Kiril y el presidente Vladimir Putin), Raúl Castro cumple este 3 de junio 90 años, la misma edad que tenía su hermano Fidel al morir, el 25 de noviembre de 2016.
Aunque la prensa oficial insista en recordarlo como un hombre que disfruta de su familia, un excelente padre y padrino, o cante loas a su natural simpatía y gracejo guajiro, la realidad es que Raúl no ha conseguido calar profundamente en el imaginario popular ni dar el giro reformista y funcional que había prometido a los cubanos, vaso de leche incluido.
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Hace diez años, cuando apenas cumplía tres al frente del gobierno, me atreví a hacer un balance poco halagüeño de su gestión. Pero su gran fracaso --incluso en los términos del propio castrismo-- es la ausencia de una nueva clase política, la falta de un heredero creíble. Aquello de que “la juventud cubana está llamada a tomar el relevo de la generación fundadora de la Revolución” quedó en agua de borrajas. Y lo que se ha impuesto es una casta militar, que ahora lucha por el control de una economía devastada.
En resumen, Raúl ha gobernado la isla como si fuera un campamento.
Su delfín, Miguel Díaz-Canel, tampoco acaba de despegar ni de atreverse a abandonar la sombra del General Presidente. Es simplemente un pelele, alguien de quien burlarse, incluso entre las filas de los militares.
Si por algo será recordado Raúl Castro, a quien el portal británico Deathlist.net, especializado en predicciones fúnebres, incluye entre los famosos que podrían morir este año, es por la gran oportunidad perdida de la política cubana contemporánea: el deshielo diplomático con Estados Unidos, que culminó con la visita de Barack Obama a la isla en 2016, la muerte de Fidel ese mismo año y la vuelta de los cinco espías cubanos que estaban detenidos en EE.UU. desde finales de los años noventa.
Que esa favorable coyuntura no haya podido ser aprovechada para emprender una verdadera reforma de estadista es culpa, entre otras cosas, de la tozudez de Raúl, que no quiso dejar caer a Nicolás Maduro y apostó por vincular el futuro cubano al de Venezuela, en vez de negociar con EE.UU. un nuevo pacto político para la isla. Los resultados de ese cálculo están a la vista.
Raúl sí supo capear la ausencia de Fidel y mantener la estructura de control político que había heredado. Su pasión soviética lo llevó a lanzar toda la palabrería de los Lineamientos y a tratar de revivir el aparato del Partido Comunista, cuyo funcionamiento inercial mantiene todavía una apariencia de institucionalización en la isla. Muchas de sus lecciones vienen de la manera "putiniana" de ver el mundo actual. Pero Cuba no es Rusia, y la generación que hizo la Revolución no tiene la edad de Putin ni de Xi Jinping.
Lo que hay debajo del "legado raulista" es un pueblo hambreado y el sordo rumor de una inconformidad que ni siquiera la represión más visible en décadas ha conseguido disimular.
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