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La reacción del tardocastrismo a la condena de Estados Unidos a sus prácticas de tráfico humano por los contratos leoninos con que somete al personal sanitario que alquila a terceros países, evidencian su guanajería política, que consiste en repetir fábulas infantiles de solidaridad y poses de enojo, cuando cobra hasta la risa en dólares norteamericanos a los empobrecidos cubanos.
El atropello judicial, económico y ético de la casta verde oliva y enguayaberada no obedece a la venta de servicios médicos a otros países, sino a la fórmula de apropiación indebida que usa para arrebatar el 75% de sus salarios a especialistas, médicos, personal de enfermería y segurosos alquilados a naciones extranjeras, donde -por el mismo precio- hacen labor de proselitismo político entre los votantes para favorecer al político de turno contratante.
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Cualquier persona sensata conoce la calidad humana y profesional de los sanitarios cubanos y entiende que Cuba, una isla empobrecida por el comunismo de compadres, con alta dependencia del mercado exterior, sancionada por Estados Unidos desde 1960 en respuesta a tropelías expropiatorias sin indemnización y sin apenas aliados estratégicos, debe exportar parte del capital humano creado por la revolución.
Pero esa misma persona sensata se indigna cuando comprueba que el gobierno socialista de la República de Cuba somete a sus empleados en el extranjero a normas de trabajo forzoso y se horroriza, cuando constata que una parte del sueldo queda depositada en Cuba para garantizar el retorno del rehén de bata blanca, que se expone a 8 años de destierro si abandona su puesto de trabajo en busca de mejores horizontes profesionales.
El tardocastrismo, como su antecesor inmediato, necesita de cubanos empobrecidos para sostener su larga marcha hacia la nada, mientras intenta solapar sus actos esclavistas con poses de ofendido y agitando el fantasma humanitario, como si el resto de los gobiernos del mundo, incluidos los que firman convenios bilaterales de servicios médicos y también reciben una parte de la mordida, fueran tontos o ciegos.
Los buenos negocios son los equilibrados, donde todas las partes cosechan igual nivel de insatisfacción, pero suficiente para repetir; y no la reiterada Ley del embudo aplicada por el comunismo extractivo ante asalariados rentados al mejor postor, remesas monetarias, recargas telefónicas, pequeños y medianos empresarios privados, exportación e importación y cuanto dólar asoma por Cuba.
La administración Biden tiene locos a los analistas y agentes de influencia cubanos en Estados Unidos, disfrazados de académicos, con esa acción despojada de retórica y que exige a La Habana progresar en la dirección correcta, sabiendo que el tiempo está a favor de la racionalidad política y económica, de la democratización y la justicia por mucho que se empeñen gallinitas y papagayos tardocastristas en agitar el fantasma de Fulgencio Batista, casi 63 años después de su derrocamiento.
La equidistante Europa, habitualmente proclive a pasar la mano por el lomo a la dictadura más antigua de Occidente, tuvo que reaccionar ante La Habana, con una dura resolución de condena a la represión y violación de derechos humanos en Cuba.
Un gobierno rejuvenecido debería apostar por el futuro y nunca por el pasado, incluso corregir todo aquello que sea mejorable del legado de Fidel y Raúl Castro Ruz; ¿qué valor tiene para un joven cubano nacido en medio de la crisis económica tras el divorcio soviético, la figura de Batista, al que solo conoció como demonio, para aprobar exámenes de la historia totalitaria que recibió en clases?
Mientras La Habana insista en colorear de solidaridad operaciones de compra-venta de servicios médicos, robándose el 75% de los sueldos, con técnicas contables de cuatreros y robagallinas, y el silencio cómplice de las OMS y OPS; también cobradores, el mundo democrático, la oposición, el exilio y la prensa independiente tienen todo el derecho del mundo a condenar sus prácticas totalitarias y empobrecedoras.
La diplomacia de las vacunas, sufragadas por Irán, que era el siguiente acto del sainete tardocastrista se ha estrellado ante la terca realidad de que la solidaridad empieza por casa y qué sentido tiene andar vendiendo por el mundo bondades de potencia médica solidaria y reclamando premio Nobel para esclavizados, cuando el coronavirus está diezmando a Cuba, mientras embajadores, agentes de influencia, mercenarios extranjeros al servicio de La Habana y gusañeros andan forrajeando dinero para comprar jeringuillas.
El tardocastrismo simula ser aquel galeno bigotudo que surcaba cielos al son de y en eso llegó el doctor, manejando un cuatrimotor, ¿y saben lo que pasó? que el brujito de Gulubú secuestró el Palacio de la Revolución y cada noche somete a los compañeros Díaz-Canel y López.-Calleja, inoculándoles el virus del ballet Coppélia; donde el presidente y el general intercambian roles de la traviesa Swanilda y su novio Franz; mientras Raúl Castro interpreta al juguetero Coppelius a ritmo del Guayabero: Te lo juro por mi abuela que murió señorita, se murió sin ir al Coppelia, se murió sin probar mantecao...
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