¿Son las ventas en garajes el origen del comercio minorista privado en Cuba?

Por mucho que la prensa oficial castrista lance campanas al vuelo en este asunto, estamos ante un parche más del régimen para hacer frente al colapso en que se encuentra la economía cubana.

Venta de garaje en Cuba © ACN
Venta de garaje en Cuba Foto © ACN

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Este artículo es de hace 3 años

Me preguntaron el otro día si la venta en los garajes en Cuba podría ser una solución al pésimo estado del comercio en Cuba. Ni de lejos. No conviene formularse expectativas favorables porque después llega la frustración.

Por mucho que la prensa oficial castrista lance campanas al vuelo en este asunto, estamos ante un parche más del régimen para hacer frente al colapso en que se encuentra la economía cubana.


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Para empezar, un indicador que dice que este no es el camino correcto es que una actividad marginal, como ésta, se tenga que autorizar por el régimen. En cualquier país del mundo, con la venta en garajes, si se quieren obtener unos ingresos extras, recaudar fondos, pasar el tiempo de ocio en una actividad lucrativa, incluso, la posibilidad de ensayar un futuro negocio, no se requiere autorización de nadie siempre que no se trate de actividades delictivas.

Los organizadores de la venta de garajes en Cuba quieren conseguir todo eso, y mucho más. Y asumen que la pandemia, con su secuela sobre la crisis económica, y las dificultades para comprar ropas y determinados artículos confeccionados en la industria nacional, justificaron la puesta en marcha de esta iniciativa, que como cabría esperar, ha tomado fuerza y crece de forma muy significativa.

¿Qué tiene la venta en garajes que la convierte en un espacio de popularidad que se ha ido consolidando en muy poco tiempo en la economía castrista?

Primero, que es una actividad privada, con muy limitada intervención estatal, lo que facilita que oferta y demanda se pongan en relación y lleguen a acuerdos sin intromisiones o injerencias políticas. El mercado vuelve.

Segundo, que ya hay experiencia. Se trata de una forma de comercialización que tiene historia, que no es reciente en La Habana, y que ha ido generando procesos de aprendizaje que resultan beneficiosos para los agentes involucrados en las transacciones comerciales.

Tercero, porque es rentable, y los precios son bajos y accesibles, como ocurre por ejemplo con la compra de ropa usada, que estando en condiciones de uso, resulta mucho más barata que la nueva. Esto atrae a numerosos clientes que comprando pequeñas cantidades hacen que se maximice la rentabilidad, a partir de pequeños márgenes en cada operación multiplicado por muchas transacciones.

Cuarto, que permite obtener unos ingresos que, en muchos casos, lejos de ser complementarios, acaban siendo mayores que los obtenidos en los empleos mal pagados y aburridos del sector presupuestado en que trabajan millones de cubanos. Esos ingresos permiten a muchas familias cambiar los pesos por dólares y tener acceso a otros bienes que no se consiguen en el canal comercial de pesos cubanos, con lo que mejora el nivel de vida o se ahorra para otros tiempos.

Quinto, se está pasando de una actividad informal, que se realizaba a escondidas, bajo la vigilancia y delación de los comités de defensa de la calle, a otra más formal, reconocida y autorizada, que supone el posible germen, ya se verá, de futuros establecimientos comerciales privados que, en su día, serán la competencia de las maltrechas bodegas estatales, hasta que acaben desapareciendo para siempre. Lo privado siempre sobrevivirá porque es mejor y más eficiente.

Sexto, porque los que se han lanzado a esta actividad han descubierto que tiene rendimientos crecientes a escala, que quiere decir que aumentan continuamente las operaciones, y que se puede empezar vendiendo por 100, pero en poco tiempo se vende por 200 o 300, sin que los costes se disparen por ello, lo que permite obtener beneficios, acumular riqueza y prepararse, en su caso, para dar el salto adelante cuando las condiciones sean propicias y el régimen comunista lo permita. El ánimo de lucro tan necesario para que la economía cubana progrese.

Cabe la posibilidad, incluso, de que la Resolución 102 del Ministerio de Comercio Interior que derogó la No. 97, dando apoyo a las ventas en garajes, llegue a ser la primera disposición oficial que propicie un desarrollo de una actividad económica en Cuba, que se acabe consolidando y generando riqueza y empleo. Incluso se puede soñar, y pensar en un futuro sector de comercialización minorista como el que existía en las calles cubanas antes de 1959, que supere la naturaleza eventual que le ha sido aprobada por las autoridades a la venta en garajes, pasando a formas más estables y permanentes en las que se pueda vender de todo, y no los artículos de uso doméstico, personal, usado, seminuevo o nuevo que se autorizan actualmente.

Incluso se está observando que algunas experiencias de ventas de garaje han tenido mayor éxito que otras porque se han apoyado en las redes sociales, como Whatsapp, Facebook e Instagram plataformas desde las que se ha hecho un “marketing” muy atractivo que ha conseguido disparar las ventas, atrayendo a clientes de zonas lejanas interesados por adquirir los artículos que previamente han sido ofertados online.

Todo lo anterior nos lleva a pensar en la posibilidad de que las ventas de garaje pudieran ser el origen del comercio minorista privado en Cuba, una actividad que fue barrida de la nación a partir de la llamada “ofensiva revolucionaria” de 1968 que, por obra y gracia de Fidel Castro, convirtió a Cuba en el país más comunista del mundo, al hacerse el estado con toda la propiedad nacional.

Que las ventas de garaje inviertan esta situación puede ser una posibilidad, pero antes, la constitución comunista de 2019 tiene que cambiar, y mucho, para que existan garantías jurídicas para el desempeño privado y la protección de los derechos de propiedad obtenidos con estas actividades. Mientras que esto no llegue, las ventas de garaje en Cuba son más un ejercicio de “sálvese quien pueda”, dirigido a abrir pequeños espacios para reducir el malestar social y, sobre todo, ganar tiempo en esta situación de colapso económico en que se encuentra la nación.

En su forma actual, no van a resolver problema alguno ni representan una amenaza para el poder comunista, por lo que los dejarán jugar. Ni se exige licencia comercial ni de trabajador por cuenta propia, y solo se permite un reducido número de productos y artículos, casi todos, usados. Que esto pueda suponer alguna mejora para el país o abrir espacios para el comercio minorista es solo un sueño que puede acabar en pesadilla.

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Elías Amor

Economista, Miembro del Consejo del Centro España-Cuba Félix


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