Silvio Rodríguez, al igual que el retrato del Ché de Korda, sigue ondeando en los pabellones de esa izquierda nostálgica, europea y latinoamericana, que se resiste a arriar ciertos símbolos con tal de mantener la vista fija en lo alto del mástil, y no en el páramo de la realidad cubana.
El cantautor lo sabe, pues para eso maneja un entramado empresarial que le permite producir conciertos en los deprimidos barrios de Cuba y en la boyante metrópolis de España. En aquellos pierde tiempo y dinero, pero en estas otras locaciones recupera lo invertido, deleitando a sus admiradores con la imagen congelada de una revolución que ya no produce necios que le canten, ni siquiera escuadras patrióticas de peloteros.
Así que, aprovechando que el gobierno de la derecha de Madrid ha eliminado casi todas las restricciones impuestas por la pandemia de coronavirus, Silvio vino a cantarle a los comunistas españoles, a los nostálgicos de la raspadura y a todo el que decidió que merecía la pena pagar la entrada para ver un espectáculo más cercano al panfleto que a la poesía, a la fanfarria que a la música. Entre unos y otros, unas 8 mil personas se desplazaron al Wizink Center de Madrid a lomos de los unicornios que guardan en sus trasteros, junto a viejas fotos de la Plaza o Varadero.
Y allí pudieron gritar 'Viva Cuba' y 'Abajo el bloqueo', entre otras consignas que, cual balidos de manso rebaño, solo sirven para confirmar que mantienen intactas sus ideas entre cuerno y cuerno. Grititos ajados y grises frente a la vibrante y abigarrada verdad que transmite el 'Patria y Vida' que rugen millones de cubanos.
En los alrededores del auditorio, un centenar de ellos se manifestaron en contra de la celebración del concierto con pancartas a favor de la libertad en Cuba, una demanda al alza entre la sociedad civil cubana, que encuentra cada vez más resonancia entre la comunidad internacional y la sociedad civil global. Exceptuando, claro está, a los 8 mil y pico de amantes de los acetatos de la nueva trova, el ron, el tabaco, las mulatas y el statu quo de una isla que, entre mojitos y magreos, ven como un David frente a Goliath, sin saber siquiera dónde dejaron la billetera.
Lo recaudado, afirmó el autómata poeta, irá destinado a la compra de medicamentos para los cubanos, porque estos han perdido hasta el derecho a la salud y educación que pagan con su trabajo. Porque la riqueza del país y la que producen sus ciudadanos se invierten en los hoteles y negocios de los militares, piedra angular sobre la que sostiene el régimen totalitario.
Cantó Rodríguez más de dos horas y dos docenas de canciones. Dedicó canciones a Aute y Patricio Manns, presentó su nuevo álbum 'Para la espera' cantando una sola canción y dedicando el resto de la velada a mantener viva su aura, amenazada por ese ecosistema pujante de “tiñosas contrarrevolucionarias”.
Dejó su ‘Unicornio azul’ en tierra de siboneyes y se trajo a los madriles 'La pupila insomne', 'Sueño con serpientes', 'Te amaré' y 'Óleo de una mujer con sombrero'. También cantó, entre otras, 'Yo te quiero libre', 'Canción del elegido', 'Playa Girón' y 'Ojalá'. Hizo bien el cantautor, porque sin esas y otras de sus canciones, con su nuevo y mórfico formato, y su gorra de Aprendiz, el auditorio del Wizink Center habría terminado viniéndose arriba con cánticos de Carlos Puebla, aullando su eterno y etílico hit “se acabó la diversión”.
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