El errático tardocastrismo, viendo que Joe Biden no cree en lágrimas de cocodrilos; pretende ahora sacar a relucir la atención médica que Cuba prestó a niños y madres ucranianos, víctimas del desastre nuclear de Chernóbil, para intentar amortiguar el endurecimiento de Washington hacia La Habana, en medio de la peor crisis entre Estados Unidos, el Kremlin y el Palacio de la Revolución, desde la "Crisis de octubre".
Cuba, que desde 1959, ha tenido vocación de agredida; rentabilizándola políticamente, ahora vuelve a alinearse con un agresor, como hizo en 1979, apoyando la invasión soviética a Afganistán, y en 1968, alineandose con el Pacto de Varsovia en su ataque a Checoslovaquia; aunque en circunstancias muy diferentes porque La Habana entonces presidía el Movimiento de Países No Alineados, gozaba de amplias simpatías mundiales, incluidas las incoherentes izquierdas norteamericana y europea y los intelectuales huéspedes de la Casa de las Américas y de mansiones de protocolo.
El gobierno cubano, tras un primer voto en contra en el Consejo de Derechos Humanos, ha optado por abstenerse en sucesivas votaciones en ONU sobre la invasión rusa a Ucrania, metiendo en difícil encrucijada La Habana, que volvió a pifíar en Inteligencia política- al no evaluar correctamente las consecuencias de su alineamiento con el zarpazo de Putin, al que debe mucho dinero y ha aplazado pagos, con intereses, hasta 2027.
"El gobierno ruso se acercó a sus homólogos autocráticos en otros rincones del mundo, incluyendo algunos de los actores más represivos y antidemocráticos en este hemisferio (...) y eso incluye a Cuba", dijo un portavoz del Departamento de Estado a a la revista norteamericana Newsweek, denunciando la repetición de La Habana de la falsa narrativa de Rusia sobre la masacre de Bucha, en la prensa oficialista.
Un alto funcionario cubano, tampoco identificado, dijo a Nesweek que "en América Latina creo que hemos sido uno de los mejores amigos de Ucrania" y puso como ejemplo la atención médica brindada a niños ucranianos víctimas de Chernóbil en el balneario habanero de Tarará, donde -mucho antes- residió Ernesto Guevara por su padecimiento crónico de asma.
El alto cargo cubano aludió al tratamiento médico a niños y madres ucranianos, "con muy buenos resultados", aunque hasta el momento no existen datos sobre el índice de sobrevivencia de los 24.023 ucranianos, rusos y bielorrusos enfermos de cáncer de tiroides, leucemia, atrofia muscular, trastornos psicológicos, neurológicos y alopecia, que pasaron por Tarará, tras el desastre nuclear de Chernóbil, en 1986.
El gesto ignominioso de sacar a relucir ahora la atención médica cubana a víctimas ucranianas de Chernóbil, confirma el desespero del tardocastrismo, descolocado ante la firmeza de la Casa Blanca y el pragmatismo de Nicolás Maduro,que no solo venderá petróleo a Estados Unidos y ha reducido los envíos a Cuba, sino que ha comenzado a devolver -sin indemnización- a sus legítimos dueños, las propiedades usurpadas por su antecesor Hugo Chávez. ¡Arrepentidos los quiere Dios!
Biden, vicepresidente de Obama que no fue un entusiasta del deshielo con Cuba, ha reforzado la postura de Donald Trump con nuevas sanciones selectivas contra funcionarios e instituciones cubanas violadoras de derechos humanos, un elemento de peso específico creciente en la política y relaciones internacionales, que el tardocastrismo pretende desconocer en su camino a la perdición, especialmente desde su fatídico 11J.
El presidente Miguel Díaz-Canel cometió la torpeza de rescatar una frase de Fidel Castro para decir que está abierto a una negociación con Estados Unidos, que ya ha dicho -por activa y por pasiva- que La Habana debe mover ficha y dialogar con los cubanos, si quiere normalizar sus vínculos con la Casa Blanca.
Fidel Castro nunca quiso un arreglo real con Estados Unidos porque sabía que implicaba su muerte política, aunque combinó el estruendo antiimperialista con simulacros de diálogo, atención preferente a personalidades y periodistas norteamericanos y guiños como pasarle al FBI datos de Inteligencia sobre planes de atentado contra Ronald Reagan; mientras su Inteligencia reclutaba a Ana Belén Montes y sembraba espías contra objetivos militares y el exilio cubano.
Si en 1962, el carismático campesino Nikita Kruschov no dudó en prescindir de Fidel Castro para conjurar el peligro de una guerra nuclear, negociando directamente con John F. Kennedy; sesenta años después, Cuba corre idéntico riesgo con el antipático y multimillonario Vladimir Putin, quien decidió -unilateralmente- el desmantelamiento de la Base de espionaje de Lourdes, en La Habana, como remate a la retirada de tropas soviéticas, ejecutada por su padrino y antecesor, Boris Yeltsin; mientras la Base Naval norteamericana sigue plantada en Guantánamo, sin visos de cierre.
La dictadura más antigua de Occidente sigue encarcelando, desterrando y exiliando a miles de cubanos, disparó la pobreza y desigualdad, desde 2019, y sigue sin dar pie con bola en política exterior, como evidencian el prolongado secuestro de dos médicos en Somalia y su alianza suicida con el Kremlin, cuando Biden aun no ha respondido a la agresiva oleada migratoria cubana del primer trimestre del año.
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