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José Borrell abrió su visita a Cuba con un declaración errónea ante pequeños y medianos empresarios; evocando el embullo Obama y especulando que la isla podría ser la Mallorca del Caribe y la cerró diciéndole a Díaz-Canel que Europa discrepa de Washington en el listado terrorista y el embargo, pero quiere que La Habana respete los derechos humanos; especialmente los de presos y opositores políticos y se alinee con Ucrania frente a la agresión rusa.
Era la primera visita después de la orden de guerra civil dada por el presidente cubano el 11J por la noche y con el trasfondo del empantanamiento de las negociaciones cuatripartitas para la liberación de los presos políticos; tema delicado que obligó a Borrell a evitar un encuentro directo con familiares de los encarcelados, que habría sido la línea roja puesta por La Habana, carente de consenso interno para reparar una injusticia cometida por ellos mismos.
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Pero el gobierno Díaz-Canel no consiguió evitar que Borrell anunciara la próxima visita de un Enviado especial para los Derechos Humanos, que se ocupara de la mala suerte de los condenados por la sublevación popular del 11J y que Cuba -en su condición de presidente del Grupo de los 77- debería ponerse al lado del agredido y no del agresor ruso.
La pueril idea de Europa que cambios económicos provocarán cambios políticos carece de validez marxista en la dictadura más vieja de Occidente, que ya ha rechazado varias veces la teoría y descalificado como "Carril Dos" a quienes apuestan por una transición a la democracia de la ley a la ley y fomentando inversiones extranjeras y la pequeña propiedad nativa.
Analistas de todo el arco político se apresuraron a dar por fracasado el enésimo intento europeo ante la casta verde oliva y enguayaberada; precipitándose por una enfermedad repentina de Bruno Rodríguez; sin esperar la entrevista con el presidente Díaz-Canel y al resultado de la comisión de seguimiento bilateral que encabezó, por el lado cubano, Cabrisas, el nuevo hombre viejo y fuerte del régimen y militante en el bando conservador.
Un vistazo al lenguaje no verbal de ambos mandatarios, reveló a un visitante afable, con ademán de abrazo en el saludo y a un huésped contenido que -para aliviar tensiones- hizo de guía turístico de Borrell por los murales y jardines interiores del Palacio de la Revolución; obra exclusiva de Celia Sánchez y un grupo reducido de colaboradores; sin la participación de Fidel Castro, como mintió la televisión pagada por el partido comunista.
Al comparecer ante los medios de comunicación, José Borrell leyó todo el tiempo, costumbre inusual en un político experimentado y con seny (cordura) de su natal Cataluña; mientras que la vicecanciller cubana Anayansi Rodríguez, que no es familia de Bruno, habló lo justo.
Europa está harta de las tropelías de La Habana, pero intenta aprovechar las rendijas para no aparecer públicamente subordinada a Estados Unidos, que mantiene a los piratas del Caribe como promotores del terrorismo; circunstancia que el visitante achacó a Trump, pero ahora gobierna Biden que sigue marcando la tarjeta al tardocastrismo.
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