El presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez acudió este domingo a un acto oficial vestido con la bandera cubana, en forma de pulóver, con el triángulo rojo de la estrella solitaria saliendo de su sobaco derecho, mientras las franjas azules y blancas cubrían su cuerpo desde el cuello hasta el bajo vientre.
Una imagen sorprendente para un mandatario, especialmente cuando el artista Luis Manuel Otero Alcántara, aún detenido por la huelga de hambre del Movimiento San Isidro, fue juzgado y condenado, en marzo, por "ultraje a los símbolos patrios", entre otros delitos, porque protagonizó el perfomance Drapeu; aunque el gobierno dio marcha atrás y acabó excarcelándolo ante las protestas de artistas, opositores y la comunidad internacional.
Si Díaz-Canel quiere ser tomado en serio debe evitar esas tentaciones miméticas porque una prenda no otorga carné de patriota y de lo sublime a lo ridículo no hay más que un trillo, nombre del parque habanero sede de una supuesta iniciativa espontánea juvenil para defender el socialismo, apoyada con todos los hierros por el tardocastrismo y su coro de altoparlantes pagados con dinero estatal, es decir, de todos los cubanos.
Las dictaduras suelen ser incoherentes por su propia naturaleza totalitaria, pero cuando sus jefes actúan con frivolidad, el ridículo es universal e imposible de ocultar por mucho que se empeñen los maquillistas y bufones en convertir la mueca en sonrisa; como ya ocurrió a Díaz-Canel con aquella fórmula mágica de la limonada como base de la nada.
Y con la que está cayendo en Cuba, aparece su presidente haciendo gala de mal gusto, de escaso perfil institucional, de inmadurez y de una pasmosa virtud de mostrar a los cubanos sus variadas incapacidades; cuando el país necesita un liderazgo sensato que evite a toda costa esperpentos de un mandatario disfrazado.
Díaz-Canel sabe que el uso de la bandera cubana ha generado polémicas recientes, como aquella vez que un grupo de bailarinas acudió a recibir a a cruceristas norteamericanos vestidas con la enseña nacional y el fallecido historiador de La Habana Vieja, Eusebio Leal, zanjó por lo sano, en una conferencia en 2016, cuando abordó la mercantilización y usos indebidos de los símbolos patrios.
"No estoy de acuerdo con que la bandera cubana sea un delantal (...) Como voy a pensar que es la misma bandera que reverencian los niños en las escuelas, que cubre el féretro de un intelectual o un soldado, que el deportista levanta cuando alcanza para su patria y su familia un gran logro. No podemos imitar lo que está mal hecho (…) Por esa vulgarización comienza un deterioro de los valores”.
¿De verdad que no hay nadie sensato en el Palacio de la Revolución, aunque sea un jubilado del eficaz servicio de Protocolo del Ministerio de Relaciones Exteriores, que aconseje al presidente cómo vestirse y, sobre todo, que evite perfomances como los de este domingo, cuando más de un cubano debió quedar estupefacto con la penúltima ocurrencia presidencial.
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