Agustín Roble Santos (Pilón,1959) acaba de publicar la novela El Sultán de Oriente (Editorial Círculo Rojo) que es un fresco alucinante sobre la degradación de Cuba, donde el gobierno premia esfuerzos y sacrificios, pero castiga el éxito individual, aunque deba violentar sus propias leyes para condenar a un emprendedor audaz, floreciente y alardoso, que consigue levantar empresas de la nada y tejer relaciones mutuamente ventajosas con la oligarquía política y militar municipal.
Roble Santos, que es un seudónimo literario, aborda la historia, a la manera de Tolstoi, todo ocurre en el pueblo de Pilón, excepto el sorprendente desenlace final, cuando la familia gobernante en Cuba intenta un autogolpe de estado.
El autor describe con precisión los escenarios, los personajes y -pese a vivir en España- recuerda marcas de motos y bebidas alcohólicas ya en desuso, y consigue retratar los mecanismos mafiosos del gobernante partido comunista, los militares, el Poder Popular y la constelación de entidades subvencionadas por el Estado, que forman parte de la conjura totalitaria contra Cuba.
El Sultán de Oriente explota no porque haya cometidos ilegalidades, sino porque el éxito privado que consigue en los frentes estratégicos de producción de alimentos y turismo, reconocido por convenios con entidades estatales, es la mejor respuesta ciudadana a una economía estatal, supeditada a designios políticos, ruinosa y parásita; una historia repetida en los últimos años en Cuba, donde cuentapropistas exitosos fueron lapidados por el comunismo de compadres sexagenario.
Otro acierto de la novela es el retrato de la pobreza inclemente que rodea los dominios del Sultán, una especie de cacique bondadoso, que cuida a su gente y hace favores, pero llega a creerse impune a partir de los constantes favores y dádivas con que agasaja a la nomenklatura local, incluida una funcionaria que pide un préstamo para financiar la salida de una hija hacia Estados Unidos.
Pese al título y la acertada descripción del protagonista y del mundo machista en que se mueve, la novela pone cara y cuerpo al sufrimiento de las mujeres cubanas, heroínas de las postrimerías del siglo XX e inicios del XXI, con la ventaja de no quedarse en el fenómeno del jineterismo más burdo, sino que indaga en causas y azahares de la discriminación, el sacrificio y la postergación femenina.
Pero no todos son miserias, injusticias y absurdos; por debajo de la grisura tardocastrista hay un país que late con gente dispuesta a cambiar las cosas para bien, frente a corruptos hay cubanos honorables negados a formar parte de los juegos del poder, desde sus puestos de abogados, funcionarios y policías, que no temen expresar la verdad, arriesgando sus empobrecidas vidas.
Una Cuba dolida y doliente es personaje descollante en la trama de Robles Santos, Ingeniero Agrónomo, Doctor por la Universidad de Almería (sureste de España), donde vive pendiente de Pilón y alrededores, de los que atesora curvas peligrosas y lomas empinadas que miran a la mar.
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