— ¿Usted está brava conmigo? -le pregunta la mujer a la cajera.
— ¿Yo? si ni siquiera te conozco mima ¿por qué voy a estar brava?, -contesta la empleada sin mirar a la clienta y sigue con sus piernas extendidas sobre el mostrador de cristal.
— Es que a todo lo que pregunto me dice que NO, y de muy mala gana. Fíjese que ni siquiera me ha dado la cara, -contesta la señora con evidente molestia.
— ¿Y que tú quieres que yo haga mi niña? Si no hay nada de lo que tú buscas -se vuelve la joven, con un mohín de fingida amabilidad.
— No soy tu niña, puedo ser tu abuela. Y si no hay, al menos debieras atenderme bien, mirarme a la cara mientras te hablo, ¿no crees?, riposta la señora.
— Y usted -deja de tutearla la cajera- debiera fijarse bien en el estante porque si ahí no ve nada de lo que está buscando es porque evidente que no lo hay. Entonces no tendrías -vuelve a tutearla- que preguntarme por gusto.
— Pero es que tú estás muy equivocada, -le dice la clienta ya más alterada- porque este es tu trabajo, tú estás aquí para atenderme.
— ¿Y yo he dejado de atenderte? me parece que no. Eres tú la que estás molesta porque no tenemos lo que buscas. Y yo lo siento mucho, pero no puedo alterarme contigo porque estoy muy joven para que me dé una cosa. -Suelta en retahíla la cajera, mientras la señora suspira impotente y sale del negocio mirando fijamente aquella joven de pose imperturbable que ahora se ha sacado el celular del bolsillo.
Aunque parezca exagerada, esta escena se suscitó hace un par de noches en la ciudad de Santa Clara. Pero, el desgano, el maltrato y hasta el irrespeto a los clientes son patrimonio hoy de cualquier shopping de la isla.
Cuando surgieron las tiendas recaudadoras de divisa los cubanos entendieron -como con una bofetada en la medianoche de los años 90- que su dinero no servía para nada. Sin embargo, redescubrieron el extravagante placer de sentirse bien atendidos en un país que desde hacía muchos años se había declarado libre de analfabetismo y que, contradictoriamente, se había empeñado en desaprender la educación formal y las buenas maneras.
“En aquellos primeros años sí nos saludaban al entrar, se mostraban atentos, y se ofrecían a ayudarnos, incluso, nos daban las gracias por la compra realizada. Pero eso solo fue cosa de un par de años a lo sumo, hoy te atienden peor que en cualquier bodega o tienda en moneda nacional”, rememora otra clienta.
En efecto, durante algún tiempo se creyó que solo podía esperarse un trato gentil en las entidades donde los servicios y artículos se pagaban en divisas, pero el tiempo echó por tierra ese mito. A día de hoy ni las shoppings ni los hoteles más caros del país se encuentran exentos del irrespeto y los exabruptos de sus trabajadores.
En momentos en que tanto se habla de una ley de protección al consumidor, lo que se aprecia es un crecimiento inaudito de la corrupción, la grosería y los maltratos. ¿Existirá alguna esfera de la sociedad cubana donde estos males no se hayan enraizado?
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