Mi primer Uber fue más una urgencia que un capricho. Me vi necesitado más que inspirado. Si me hubiesen dado a escoger preferiría montarme los bultos a la espalda y cargar con ellos, como si fuera el Mesías, antes que gastar los euros correspondientes en tal viaje.
Instalar la aplicación, siempre y cuando tengas datos móviles, es tan rutinario como simple. Configurar tu cuenta, una vez que posees algún soporte bancario electrónico, puede ser tan sencillo como tirar una foto. Justo en ese instante que das “Aceptar” en el botón donde ofreces tu conformidad para que Uber maneje y use tus datos personales sientes tantos temores como incertidumbres, pero te arriesgas a seguir.
Uber es, según anuncia su propia página, una empresa de tecnología. “Usando su aplicación, los usuarios que necesitan transporte consiguen fácilmente encontrar socios conductores que ofrecen este servicio”. En teoría suena interesante ¿verdad? Pues en la práctica es mucho más atractivo.
Buscas la ruta que deseas, te dice el precio y si posees algún bono de descuento, cuando la seleccionas te pone en la pantalla de tu móvil una foto del chofer, el número de la matrícula, el modelo del coche, la cantidad de minutos que se demora en llegar a ti y un mapa para indicarte dónde se encuentra el conductor en el momento justo que lo estás esperando. ¡Una maravilla para alguien que ha pasado de los almendrones habaneros a los taxis del siglo XXI!
Aunque en la era digital existen tantas probabilidades de ser timado como de sentirse satisfecho, en mi caso la experiencia fue como si la cabeza me hiciera 'pluff' ante la eficiencia de algo que estoy seguro el mundo ve normal y corriente. Por ejemplo, en un trabajo publicado en el sitio digital eldiario.es de España, entre los datos que el usuario puede conocer “están las valoraciones y comentarios, aunque la empresa solo muestra los cinco mejores, privando al pasajero de conocer las malas experiencias de otros antes de que el coche lo recoja”. Aquí la propia compañía, en un gesto cínico de su parte, manipula la información a su favor y esconde los trapos sucios para no perder clientes potenciales y, por ende, dinero.
Pero quedándonos solo con la experiencia positiva pudiéramos decir que fenómenos como éste son totalmente desconocidos en Cuba y su potencial desarrollo en el país favorecerá a cada ciudadano que sale diariamente a buscar cómo moverse en un archipiélago que parece estático.
Desde hace algunos años ya circulan diferentes aplicaciones que intentan llevar a nuestro teléfono inteligente información relacionada con los medios de transporte. Como ejemplo tenemos “La Guagua” una 'app' creada en Las Tunas y que, según Cubadebate, a través de ella se conocerán cuántos vehículos se encuentran operativos dentro de las diferentes rutas y el lugar preciso.
Aunque en el momento de convertirse en novedad el lanzamiento de esta aplicación, aún no se había puesto a disposición de los usuarios “en espera de inversiones tecnológicas que faciliten el acceso”. Hablamos de un adelanto de las potencialidades de las telecomunicaciones y la informática orientadas a la sociedad de la información o al menos así lo anunciaron. ¿Por dónde andará el proyecto hoy en día? Desconozco, pero dudo que haya germinado como se esperaba, sobre todo, cuando nos vemos en la encrucijada de usar los datos móviles para abrir el WhatsApp o saber por dónde va la guagua que nos llevará a nuestro destino.
Existen otras aplicaciones que, reseñadas por CiberCuba, nacieron con el mismo síntoma: el elevado precio de un servicio de transmisión de datos proporcionado por ETECSA. Resulta imposible costearse cualquiera de ellos y por lo tanto el ciudadano de a pie, que reserva cada centavo para los momentos verdaderamente importantes, preferirá por ahora vivir desconectado… A fin de cuentas quien espera lo mucho, espera lo poco.
La última novedad en este universo de tecnología y transporte fue “Sube”. Ocupó titulares en diferentes medios de prensa y vino a ser bautizado como el Uber “a la cubana”. En el sitio CubaLite se muestra paso a paso cómo usarlo, algo que bien pudiera ayudar a los cubanos a emplear con eficiencia un transporte que esté acorde con sus exigencias pero ¿está listo el panorama socioeconómico para que esto se haga realidad?
Dejando atrás el precio del costo de los datos móviles, no existe una eficaz plataforma de pago, segura y rápida, donde tanto el cliente como quien presta el servicio sientan que se cumplen sus demandas. Sabemos de los intentos de llevar a cabo una Banca Electrónica en Cuba, pero su funcionamiento no ha calado en los ciudadanos como debería ser. Eso sin mencionar que muchas veces las personas desconfían de todos estos modernos modos de vivir por temor a ser estafados o que sus datos terminen en manos de terceros, tal como pasó con la famosa base de datos de ETECSA. De hecho, los creadores de la 'App' anuncian que el pago es en efectivo al momento de realizar el viaje al no contarse con los medios y vías para hacerlo de otra manera.
Aquí vemos que el muñeco de país que se va armando se parece cada vez más a un Frankenstein que a un Kenny. Retazos de cuerpos que se ensamblan y los espacios en blanco se rellenan con cualquier otro elemento que pudiera asemejarse y así cubrir la demanda de aquellos que afuera esperan al precio de sacrificar calidad por cantidad. Los aplausos son dados a quienes llevan adelante iniciativas como estas, emprendedores que desafían las propias leyes de la lógica gubernamental para intentar trascender en un país donde lo anormal es parte de lo cotidiano.
Saltarán los defensores del sistema político imperante diciendo que Cuba cuenta con problemas para conectarse, que si EE.UU. le impide unirse al mundo a través de internet, que si los precios están en correspondencia con las capacidades de conectividad de una nación en vías de desarrollo, que hay que tener paciencia y esperar para que estos bajen… pero el asunto es que la dinámica del mundo avanza a una velocidad tal que es imposible imaginar, estando dentro de Cuba, cómo es que funciona un planeta moderno.
La pasividad con la que los ciudadanos asumen su día a día no es proporcional con lo que en sus mentes necesitan para hacer llevadera la existencia en un país que desde que amanece es un reto sobrevivir. Usar el transporte público o privado es como si Picasso hubiese decidido ilustrar la Odisea. Moverse de un punto al otro en cualquier sitio de la geografía insular merece tanto mérito como poner sobre la mesa un alimento que llene el estómago.
Bien pudieran las nuevas tecnologías hacerle la vida más fácil a quienes hasta hoy sienten que los días pasan y no ven un pequeño haz de luz al final del camino. Las nuevas generaciones de cubanos se enajenan en las redes sociales y pululan en poses ridículas y gestos reproducidos, cuando pudieran aprovecharse tiempo y talento en construir una sociedad del siglo XXI. Los responsables de tamaña enajenación cívico-social prefieren que existan personas así, incapaces de pensar, para que no sea cuestionada la presencia casi monárquica de un gobierno que en su discurso siente orgullo de ser solo continuidad.
Cuba necesita un punto de giro en los acontecimientos que narran su historia y el mundo moderno ofrece todas las oportunidades, tan fáciles de llegar a ellas como si de contratar el servicio de Uber se tratara. Solo hay que darle Aceptar al primer botón y dejar que corra.
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