Con motivo de los 25 años de la trágica muerte de 37 cubanos en el hundimiento del remolcador 13 de marzo en el litoral de La Habana, CiberCuba comparte un poema de la exiliada Lilliam Moro (La Habana, 1946).
Este poema forma parte de la Colección Separatas de la editorial Betania, y "se centra en conmemorar (y recordar) el hundimiento del remolcador 13 de Marzo por las fuerzas armadas del régimen castrista (el 13 de julio de 1994) donde viajaban 72 ciudadanos cubanos que huían de Cuba hacia la Florida. De estos, murieron asesinadas 37 personas, incluidos 10 niños. ¡Uno de los crímenes más execrables del régimen del 59 en estas seis décadas plagadas de horror, sufrimientos y atropellos contra el pueblo cubano!", afirma la nota de prensa enviada a nuestra redacción.
Moro reside en Miami después de vivir cuatro décadas en España, agregan. Este poema publicado en 2018, "Viaje hacia el horror", intenta nunca olvidar esa "infame página de la historia" reciente de Cuba, como lo califica su autora
A continuación reproducimos íntegro este material que es de distribución gratuita:
1
La tierra está delimitada por fronteras.
El mar es libre.
Pero en la libertad también está la Muerte.
2
La Muerte no está hecha de números,
no es ninguna razón cuantitativa.
En solamente un muerto está la humanidad.
Pero cuando la Muerte llega uniformada
en tres embarcaciones
y dispara cañones que arrojan furiosamente agua
para hundir a un contrario
—muerte por agua—
y embisten y destrozan a ese contrario,
y ese otro no es uno sino setenta y dos,
y hay diez niños entre los setenta y dos
—muerte por agua—
y es en la madrugada
cuando el cielo y el mar se confunden
en un mismo brochazo de negrura
—muerte por agua—
entonces, por salvarse,
se agarran a un cadáver que flota,
y una madre le dice al hijo que cierre los ojos
para que no se asuste al ver la Muerte
—muerte por agua—
cuando piden clemencia
y les responden riendo “que se mueran”
—muerte por agua—
y empiezan a contarse los cuerpos bocarriba,
a la deriva,
entre ellos diez niños como sueños flotantes.
¿Cómo quedan, Señor, los que sobrevivieron?
¿Cómo quedan, Señor, los que gritaron
“que se mueran”,
ahora ya envejecidos tantos años después,
sin los potentes barcos, sin cañones de agua,
con las medallas al mérito que se van oxidando
al mismo ritmo que se pudren sus almas?
¿A qué dios obedecieron ciegamente
y cuya voz ya no recuerdan?
¿Cómo queda, Señor, esa mujer
que tira caramelos al agua
cada 13 de julio?
¿Cómo quedamos, Señor, los que lo recordamos
en cada aniversario y echamos espuma por la boca
escribiendo poemas
y no podemos arrancar esa página infame
de los libros de historia
ni concederles la resurrección?
3
El brutal cañonazo de agua en medio de la noche
hizo pedazos la esfera de la brújula
que señalaba los puntos cardinales
del tiempo por venir,
ese que llaman el futuro;
el cristal hecho añicos
con sus agujas aplastadas
que no pudieron señalarles el Norte.
Los cuerpos ya no flotan,
se fueron hundiendo
con la lentitud de lo que resulta inevitable.
No necesitaron al barquero Caronte.
Se iban sumergiendo parsimoniosamente
como el que al fin descansa
y se abandona al sueño donde la Nada los recibe.
Enredados al légamo
entre los peces ciegos,
descendieron para hacer compañía
a viejos barcos herrumbrosos
de maderas podridas
que desde hace siglos se han ido acumulando donde comienza lo abisal;
y allá abajo, en el fondo del fondo
tan parecido al infinito
yacen los seres que intentaron
pasar hacia otro punto de la cercana geografía.
Y todavía están allí.
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