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Hay una frase muy socorrida por ahí que apunta a que “la grandeza de un hombre se mide por la talla de sus enemigos”. Quizás podría ser aplicable a Gengis Kan, Napoleón o a Martin Luther King, pero nunca al caso de Adolf Hitler si estuviéramos midiendo la estatura moral del individuo, se entiende.
Tampoco funcionaría tratándose de Carlos Alberto Montaner (La Habana Vieja, 1943), aunque por las razones opuestas. Si fuésemos a ilustrar la nobleza o la huella de CAM, la envergadura de sus enemigos no sería el contrapeso adecuado. Porque sus enemigos, y no incluyo aquí a adversarios o rivales políticos leales, han sido siempre minúsculos, primitivos, activistas del culto fanático y el paredón verbal, de esos que no rebasan la categoría de vulgares mamarrachos.
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Desde diciembre de 1960 y durante tantas décadas, su enemigo acechante ha sido la Dictadura Cubana con mayúsculas, de cuyas cárceles escapó al exilio con tan solo 17 años. El joven Montaner había sido apresado y condenado a 20 años por “actividades terroristas”, pero se las dejó en los callos.
Desde entonces el castrismo lo tiene en la mira. No lo perdona. Casi se podría llegar a entender ese odio celular hacia Montaner: en el exilio estudió y se convirtió en un intelectual de enorme influencia internacional, que se codeaba con la élite de las corrientes liberal, socialdemócrata y democristiana europea y latinoamericana moldeando sus posturas sobre el régimen de Cuba. En muy pocos años emergió como líder político habilidoso, alejado de los extremos y el revanchismo, y dado a las sorpresas tácticas que tanto descolocaban a La Habana. Y encima triunfó como un escritor y novelista brillante con dos docenas de libros publicados (¿Hay alguien que no haya leído acaso el Manual del perfecto idiota latinoamericano?) y millones de lectores ávidos de sus artículos periodísticos los fines de semana. Carlos Alberto Montaner representaba el paquete completo: el político avezado y el intelectual sobresaliente, armado con un inusual talento para escuchar y un sarcasmo de “Dios te libre”.
En los cuarteles donde se cocinaba el destino de Cuba le temían con el mismo pavor que provoca en los niños pequeños el coco o el hombre del saco. Cada vez que CAM aparecía fotografiado con un Presidente o proponía alguna plataforma moderada para destrabar la crisis cubana, tronaban los cañones de la propaganda comunista: Montaner el terrorista, el asesino, el agente de la CIA, Montaner el comeniños. A ciencia cierta ya no se sabrá nunca a qué temía más Fidel Castro, si al dinero y la influencia de Jorge Mas Canosa o a las ideas de Carlos Alberto Montaner.
Así es que durante estos 60 años, mientras dictaba conferencias en Caracas, Madrid y Ciudad de México, retocaba escenas sexuales en sus novelas o provocaba carcajadas en salones diplomáticos con sus chistes tan cubanazos (si lo encuentran en la calle no se alejen sin pedirle que les haga el cuento de sodomita y gomorrita), Carlos Alberto Montaner y su familia han vivido bajo el asedio permanente del régimen cubano, un enemigo implacable pero menor en espíritu y razones.
Ahora, en medio de la crisis del coronavirus, se ha desatado una nueva epidemia contra Montaner, esta vez desde Miami. Una facción del trumperismo tropical lo ha convertido en su nuevo villano favorito. Lo llaman traidor, miserable, comunista y vomitan toneladas de ofensas contra él y sus familiares. ¿El pecado? Se atrevió a señalar al aprendiz de autócrata Donald Trump como un peligro para la democracia.
El Comité Central de las redes trumperas lanzó a sus huestes al ataque y mucho ignorante, advenedizo, iletrado y posiblemente colaboracionista sintió el llamado a la acción contra Montaner, con más vehemencia que la que jamás demostró contra los hermanos Castro allá en la isla.
Parecería algo delirante pero en el fondo no lo es. La turba reusable suele ser la misma en La Habana y en Miami; los personajes se reciclan y los propósitos muchas veces se comparten o se aprovechan. El culto al odio se nutre del mismo elemento. La nueva ultraderecha sin pasado agita el fantasma del comunismo sacrificando vergonzosamente a figuras como Montaner, del mismo modo que el tirano muerto necesitaba al enemigo imperialista más que el oxígeno para sobrevivir. No me extrañaría para nada que la nueva estrategia de asesinato de carácter contra Montaner haya salido de alguna tenebrosa oficina de la DGI. Y si no fue así, la “genialidad” de quienes idearon estos ataques está generando ahora mismo palmadas de aprobación en hombros militares en La Habana.
Para ilustrarlo más claramente, una breve digresión. Esta pieza vio la luz primero como un comentario en Facebook, donde la inmensa mayoría expresó gratitud y solidaridad hacia Montaner. Incluso los críticos de sus señalamientos a Trump lo hicieron con altura y respeto, no así una pequeña minoría bullanguera e insultante. Uno de esos individuos, envuelto en una discusión amarga con una dama, llegó a soltar la siguiente perla: “Nunca he visto a un supremacista quemar la propiedad de nadie (...) nunca he visto a un supremacista matar a un policía”. No hay palabras que puedan describir semejante nivel de ignorancia o bajeza, especialmente tratándose de algún cubano mestizo que logró escapar de la dictadura cubana.
Desconocer que más de 400 mil soldados americanos cayeron en la II Guerra Mundial luchando contra el fascismo, la ideología que profesan estos supremacistas, es vergonzoso. Ignorar que fue justo un supremacista blanco, el hijo de puta Timothy McVeigh, quien asesinó en un instante a 168 inocentes de un bombazo contra un edifico federal en Oklahoma en 1995, es despreciable. Y pasar por alto que de los 900 ataques terroristas que sufrió EEUU del 94 al presente casi el 60% fueron cometidos por grupos racistas y supremacistas de extrema derecha, resulta muy peligroso.
No podría asumir que son mayoría, pero cierto número de los nuevos patriotas del exilio, estos que ahora equiparan a Montaner con el Che Guevara, adolecen de esta explosiva mezcla de ignorancia y desprecio por la historia. Yo sé que CAM está muy por encima del paredón de ofensas de esos fanáticos. En Cuba se dice “curado de espanto”. Si hay alguien con visión y sangre fría para torear los espasmos mentales de los talibanes de ambas orillas es él. Lo hizo siendo adolescente frente a los que fusilaban con plomo, ¿cómo no lo haría ahora frente a los que asesinan... el idioma español con avalanchas de faltas ortográficas y ataques oscurantistas?
En todo caso, mejor que la equivalencia anónima entre la grandeza del héroe y la talla del enemigo, aquí sería más apropiada una frase del gran novelista francés Gustave Flaubert: "Se puede calcular lo que vale un hombre por el número de sus enemigos”. Incluyendo a los diminutos, agregaría yo. Que sigan ladrando, que se requiere mucho más que actos de repudio para dañar la estatura de Carlos Alberto Montaner.
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