Tres gracias en la Mesa Redonda

Para decirle a Murillo mentiroso no hay que hablar tantas incongruencias.

Betsy Díaz Velázquez, ministra de Comercio Interior © Mesa Redonda
Betsy Díaz Velázquez, ministra de Comercio Interior Foto © Mesa Redonda

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Este artículo es de hace 3 años

Coppelia duele. Duele tanto, que en una Mesa Redonda donde se ofrecieron otros motivos sólidos para blasfemar, el tema de la heladería más importante de Cuba acaparó la atención del auditorio.

El espacio televisivo de la televisión cubana demostró una vez más la impunidad con que ciertos servidores públicos se burlan de la inteligencia popular y no tienen recato para “argumentar” sus incompetencias. Está claro que ellos no se dirigen, que hay fuerzas superiores que les dictan lo que pueden o no expresar, pero bajarse, como lo hizo la ministra de Comercio Interior, con esas justificaciones para que a la mitad de las tiendas, los servicupet de la capital, y la gastronomía de Cimex, Palmares y Artex no les dé la gana de recibir al moribundo CUC rompe cualquier vergoncímetro por sofisticado que sea.


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“En todas esas transformaciones —explicó—, hubo que cambiar sistemas contables, la logística para la recogida de valor es superior, pues se incrementa la masa de efectivo y hay establecimientos que no tienen toda la seguridad ni la capacidad para acumular la cantidad de dinero que se genera por la venta”. Vaya, que para decirle a Murillo mentiroso no hay que hablar tantas incongruencias. Ese valor solo se multiplica por veinticuatro, y uno está cansado de ver el triller de tercera categoría que arman los muchachones de Trasval para retirar un saquito de mierda de establecimientos que, si nos dejamos llevar por lo que asegura Betsy Díaz Velázquez, violan las más elementales normas para su apertura.

Añadir además que el problema de la mala calidad del pan no es nuevo es reconocer que a nadie le ha importado ni le importa la cantidad de gente que lucra con el gramaje que nos arrebatan de esa cosa que nos toca por la libreta, que lo nuestro de cada día es tragarnos una masa amorfa que ahora se cotiza a precio de boutique.

Si vamos a reclamar por los siete pecados capitales que constituyen en Cuba las letras que conforman la palabra calidad, habría que cerrar todas y cada una de las panaderías del archipiélago, pues dudo que una sola cumpla con los rigurosos requisitos que dictan los organismos sanitarios para su funcionamiento.

La segunda gracia del programa que se transmitió a las seis y treinta fue la que repitió sin que se le fundiera la junta Eduardo Rodríguez Dávila: que el sistema de transportación urbano es subsidiado por el Estado en un ochenta por ciento. El ministro parece no razonar lo que dice: afirma sin quererlo que si el Gobierno no se preocupara tanto por nuestra movilidad interna, tendríamos los habaneros que pagar diez pesos por abordar lo que Zumbado definió como monstruo de cuatro ruedas de caucho.

Si asumimos como normal cuatro guaguas —dos principales y dos alimentadoras, hacia allá y hacia acá—, y presumimos también un núcleo familiar de tres personas transportándose diariamente bajo ese concepto, llegaríamos a la enorme cifra de ciento veinte pesos diarios —tres mil seiscientos mensuales, casi el doble del salario mínimo actual— que hubiera que pagar por el que quizás clasifique como el peor sistema de transportación público de una capital en el mundo. Ello en todo caso demuestra que los subsidiados no somos nosotros, sino el Estado, y que el aumento salarial de casi cinco veces el monto anterior no cubrirá por mucho las necesidades perentorias y crecientes de los ciudadanos.

Para no quemarnos con esa bujía, “refresquémonos” con el helado de 23 y L, “de primera calidad, no estamos hablando del servicio, estamos hablando del producto”, según la titular del Mincin. No analizó el servicio en Coppelia, de eso no se habla, como si no constituyera un elemento imprescindible para formar precios. Para ella, porque no lo sufre, en el Prostíbulo del Helado —que me perdone quien la bautizó como Catedral— es banal que alguna vez se exija un buen trato, una presentación adecuada del producto (merengue, caramelo, bizcochos, cubiertos, recipientes...) y de quienes los expenden, unas bolas de helado que valgan el dinero que uno paga. Porque veinticinco pesos por una ensalada seguirá siendo un precio abusivo y especulador, para utilizar los términos con que se denuesta solo a los negocios privados. Eso, sin incluir en la tablilla de ofertas la “parametración” forzosa conque nos obligan a aceptar que en nuestra mesa nos acompañe lo mismo una persona simpática que alguien que no quisiéramos ni como compañero de celda.

Resulta irónico que el llamado Ordenamiento —que en muy pocos días ha demostrado un nivel de improvisación escandaloso—, gracias a precios prohibitivos, coloque en un mismo nivel de elitismo disfrutar del ballet Coppelia que consumir en la heladería del mismo nombre. Ambos —el Ballet Nacional de Cuba y la icónica edificación del centro por antonomasia de la capital cubana— son monumentos de los últimos sesenta años que hay que cuidar desde la cultura y la identidad de la nación. Espero que mis compañeros de la Uneac convoquen a una reunión para discutirlo.

La confluencia frente a frente de la torre de un hotel de lujo de cuarenta pisos y ese Coppelia que es emblema de la vulgarización de nuestra vida se convertirá muy pronto en el símbolo más notorio de la caricatura de capitalismo que estamos construyendo, de un socialismo que se derrite.

Nota: Este artículo apareció originalmente en el perfil de Facebook de Jorge Fernández Era. CiberCuba lo reproduce con autorización del autor.

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Jorge Fernández Era

Periodista, escritor, editor y corrector. Perteneció al grupo humorístico Nos y Otros


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