Aurelia Castillo de González (Puerto Príncipe, 1842 - Camagüey, 1920) quedó sepultada por Gertrudis y Dulce María en el reducido espacio de las letras femeninas cubanas. Pocos cubanos de hoy la conocen.
Parece que no le valió ser una prolífera y delicada escritora de cuentos y poemas, excelente periodista -quizás la mejor periodista mujer del XIX en Cuba- , cronista exquisita, destacada traductora de inglés e italiano, y fundadora de la Academia de Artes y Letras de Cuba. No era poca cosa, pero no bastó.
Aurelia nació el 27 de enero de 1842 en Santa María del Puerto del Príncipe, en una familia muy pobre, pero su inteligencia era tan poco común que llamó la atención de Don Fernando Betancourt, un famoso docente camagüeyano que accedió a darle su primera educación gratis y en su propia casa. Pero Betancourt era un perseguido político de la Corona y tuvo que abandonar Cuba y a su pupila en 1851, dejándola con nueve años estudiando sola. Pero Aurelia se las agenció para terminar de formarse a sí misma.
En 1874 Aurelia se casó con Francisco González del Hoyo, un teniente coronel del ejército español que, sin embargo, simpatizaba con la causa mambisa.
Al año de casada, González protesta contra el fusilamiento de los cubanos Antonio Luaces Iraola y Miguel Acosta. Inmediatamente el matrimonio es expulsado de Cuba, y debe emigrar a España.
Ambos visitaron varios países de Europa y América y ella escribió una decena de crónicas de viaje, que fueron muy celebradas por los lectores cubanos. Al mismo tiempo colaboró en las revistas "Cádiz", "Crónica Meridional" y "El Eco de Asturias".
En 1884 hace con su marido un viaje a los Estados Unidos, y de ahí regresan a Cuba a establecerse en Guanabacoa, donde Aurelia participó en las Conversaciones Literarias, que auspiciaba el intelectual José María de Céspedes en el Liceo de esa ciudad, que Martí había dirigido pocos años antes.
En 1887 Aurelia comenzó a colaborar con la "Revista Cubana", convirtiéndose así en la primera mujer de la Isla en escribir monográficamente en esa publicación. También publicó en la capital en "El Fígaro", "La Habana Elegante" y "El País", y en Camagüey escribió para "La Luz", "La Familia", "El Camagüey", "El Pueblo" y "El Progreso".
Aurelia regresó a España, donde pasó dos años sin poder escribir por su mala salud. Ya restablecida en 1889, visitó la Exposición Universal de París y viajó a Alemania, Italia y Suiza, desde donde enviaba crónicas a los periódicos cubanos.
En 1895, Aurelia enviudó y para colmo se ganó la enemistad del peor enemigo que podía tener un patriota cubano: el Capitán General español Valeriano Weyler, que la acusó de simpatizar con la causa separatista. Así que tuvo que volver a coger un barco hacia el destierro, esta vez, completamente sola.
Residió en Barcelona hasta 1898, y al terminar la Guerra Necesaria, volvió a Cuba y fundó el asilo "Huérfanas de la Patria". Volvió a Barcelona una vez más en 1904 y, al regresar a Cuba, fue una de las más entusiastas mecenas de la construcción de la estatua de Ignacio Agramonte en su ciudad natal.
Aurelia integró la directiva de la Sociedad de Labores Cubanas y cuando en 1910 se fundó la Academia Nacional de Artes y Letras en La Habana fue una de las cinco mujeres integrantes de su directiva, tres de ellas cubanas: Nieves Xenes, Dulce María Borrero y Aurelia Castillo. Las otras dos eran la pintora dominicana Adriana Billini Gautreau y la poetisa puertorriqueña Lola Rodríguez de Tió.
Ya con más de 70 años, Aurelia presidió la comisión de los festejos para celebrar el centenario del natalicio de su paisana Gertrudis Gómez de Avellaneda. Además se encargó de la revisión y edición de la parte poética de las Obras Completas de José Martí y colaboró en las revistas "Social" y "Cuba Contemporánea".
Aurelia fue la escritora cubana del XIX que más géneros y temas tocó en su obra, y con gran éxito: escribió poesía, fábula, leyenda, crítica literaria y crónicas de viajes; tradujo a importantes autores, incursionó en la corresponsalía periodística, participó de polémicas filosóficas y su epistolario personal fue abundante en correspondencia con grandes intelectuales y patriotas cubanos de su época.
Aurelia reunió sus obras en seis volúmenes publicados con el título de "Escritos de Aurelia Castillo", pagados de su bolsillo, entre 1913 y 1918, en una edición limitada de sesenta ejemplares. Pero increíblemente no se han realizado desde entonces nuevas ediciones de su obra, y por eso es necesario recurrir a los fondos de las bibliotecas cubanas para leerla.
Aurelia redactó varias recomendaciones para que las mujeres pudieran desarrollar su intelecto y polemizar con los hombres sobre sus derechos, y escribió sobre eso:
"(...) huir de la ociosidad, leer buenos libros, sin dejarse arrendar por los que parezcan demasiado graves, que son siempre los mejores y escoger buenas amistades...".
También defendió con denuedo a la mujer negra y mulata, y en sus artículos abordó por primera vez el problema racial femenino, ¿por qué no la mencionan las feministas cubanas de hoy? Las incluye como uno de los motivos de la belleza regional y criticó con severidad a los hombres de letras que denostaron a las mujeres negras durante la esclavitud.
Aurelia consideraba que pensar que la mujer no era capaz de elaborar ideas creativas, provocaba que ésta se inhibiera de hacerlo. Según sus palabras:
"Las mujeres deben leer, pero leer libros serios como los hombres lo han hecho. Es posible que al principio les cueste mucho trabajo por la falta de práctica, pero poco a poco podrán ir asimilando y entendiendo su contenido sin ayuda".
Sus obras -originales y editadas- son tantas que se me atropellarían aquí, así que quien quiera escarbar, las tiene todas en este enlace. Pero recuerden que no hay casi nada en papel.
No obstante, he podido escudriñar lo poco que hay de su obra poética, y les dejo cuatro de sus poemas, para que pulsen el estilo de esta poetisa prolija, patriota y olvidada por casi todo el mundo:
¡VICTORIOSA!
¡La Bandera en el Morro! ¿No es un sueño?
¡La Bandera en Palacio! ¿No es delirio?
¿Cesó del corazón el cruel martirio?
¿Realizóse por fin el arduo empeño?
¡Muestra tu rostro juvenil, risueño,
enciende, ¡oh Cuba!, de tu Pascua el cirio,
que surge tu bandera como un lirio,
único en los colores y el diseño!
Sus anchos pliegues al espacio libran
los mástiles que altivos se levantan;
los niños la conocen y la adoran.
¡Y sólo al verla nuestros cuerpos vibran!
¡Y sólo al verla nuestros labios cantan!
¡Y sólo al verla nuestros ojos lloran!
EL RUISEÑOR Y EL LORO
En casa de un famoso pasajero
un lance vi que referirte quiero,
porque algo provechoso me ha enseñado
como verás después, lector amado.
Olvidando que estaba entre prisiones,
cantó un mirlo con suaves inflexiones;
que así los males la inocencia olvida
y su candor feliz presta a la vida.
Al terminar los ecos peregrinos,
de aprobación se oyeron dulces trinos,
y exagerando la alabanza un loro,
-¡Magnífico!, exclamó, ¡qué pico de oro!
Poco después un cuervo macilento
sus lúgubres graznido lanzó al viento,
y de las aves todas sólo el loro
-¡Soberbio!, prorrumpió, ¡qué pico de oro!
Luego del ruiseñor la voz divina
al silencioso público fascina,
cuando del loro el entusiasmo estalla
y exclamando: -¡Qué pico…! -¡Calla, calla!,
le dice el aplaudido con premura,
¡reserva para el cuervo esa figura!
Y todos los presentes en un coro
a guisa de sermón dicen al loro:
-Alabanzas que a todos se prodigan
ni nada valen ni a ninguno obligan.
LOS ALPES
De un resalto tremendo a otro resalto,
escalan el espacio las montañas,
como en ardiente emulación de hazañas,
van los pétreos gigantes en asalto.
Llegan en confusión; y allá en lo alto,
entre las nubes son nubes extrañas,
mas el agua se filtra en sus entrañas,
burlando la pizarra y el basalto.
Incubadora sin igual, la nieve
como alas tiende sus armiños puros;
ya no se suelta murmurante y leve.
Ya no la bordan los alegres muros;
y, cerrando terrible el horizonte,
de blanco mármol aparece el monte.
EXPULSADA
“Te fuiste para siempre. Quedé en el mundo sola.
Mis lágrimas corrieron un año y otro año…
Gritáronme de arriba: “!Anda!”, y anduve errante,
Tu espíritu amoroso flotaba en todas partes.
Cantaba con las aves, perfumaba en las flores.
Con el véspero triste me enviaba tu sudario
Y envuelta en él soñaba nuestros dulces amores.
Y cuando reposaba tranquila en aquel sueño
En nuestro hogar sagrado oí la voz infanda.
Tocaron en mi cuerpo las manos criminales
Y el rencoroso arcángel gritó de nuevo: “!Anda!””
Aurelia murió en soledad y completamente olvidada el 6 de agosto de 1920, siendo quizás la más activa, vital y vapuleada de nuestras poetisas, teniendo en cuenta que otras grandes -como Gertrudis y Dulce-, escribieron su obra entre algodones. No he podido encontrar el motivo de esta imperdonable dejadez institucional de un siglo.
Que algún camagüeyano me lo explique.
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