El ministro de Cultura de Cuba, Alpidio Alonso Grau, es un cadáver político que apesta y contamina aún más a un gobierno en horas bajas por su escasa legitimidad popular, la creciente pobreza y desigualdad de la mayoría de los cubanos y porque la política real no es guapería, sino mesura y diálogo.
Alonso Grau no es mejor ni peor que muchos de los miembros del gabinete tardocastrista, burócratas grises subordinados a la casta verde oliva, pero pasará a la historia de Cuba como el ministro del manotazo y cada hora que permanece en el cargo degrada aún más la imagen del gobierno y merma la autoridad del presidente Díaz-Canel.
Alonso Grau comenzó a cavar su propia tumba política -que cantaría Leonora Rego- el 27 de noviembre, cuando se escondió detrás de su viceministro Fernando Rojas y no dio la cara a los intelectuales y artistas que se plantaron frente a la sede del Ministerio de Cultura, hartos de Alpidio y sus modos.
Los exégeteas del tardocastrismo y los cúmbilas del ministro han lanzado la reiterada mentira de que intelectuales de prestigio como Tania Bruguera, Yunior García y Fernando Pérez, junto a artistas profesionales y populares como Luis Manuel Otero Alcántara y Maykel Osorbo no quieren dialogar, sino armar un show para entorpecer la reconciliación con Estados Unidos, con el soñado embullo Biden.
El bobo solemne suele vivir tan ensimismado en sus mentiras que ha perdido la capacidad de discernir y no le importa hacer el ridículo con tal de congraciarse con la decadente mayimbada criolla; ¿cómo es posible que la quinta policía del mundo y los departamentos Ideológicos del Partido Comunista de Cuba y de la Contrainteligencia (CI) no hayan detectado tamaña actividad enemiga y hayan sido sorprendidos por la espontaneidad de San Isidro y el 27-N?
¿O es que Alonso Grau y su equipo habían sido alertados previamente por el oficial de la CI que vigila el Ministerio de Cultura y su titular no organizó una respuesta adecuada y corrió a esconderse en noviembre y a dar manotazos en enero?
La vida es más simple que todo eso, el manotazo de enero es una consecuencia de la debilidad del ministro en noviembre, que fue regañado por Díaz-Canel y, desde entonces, se sabe tronado y trató -in extremis- de salvar su cuota de alimentos y gasolina de privilegio con la torpeza que recorrió la blogosfera cubana y parte del mundo.
Curiosamente, los que ahora se rasgan las vestiduras defendiendo al indefendible Alpidio, son los mismos que se llenaban la boca criticando el estilo bronco del presidente Trump; es decir, que se puede ser violento de izquierda, pero no de derecha; y eviten la patochada de asegurar que los revolucionarios no dimiten, porque "Furry" Colomé Ibarra y Francisco Soberón son más revolucionarios que el torpe Alonso Grau y renunciaron a sus cargos.
La tángana del ministro ocurrió en el peor momento para el régimen, aguijoneado por el descontento popular ante su paquete económico neoliberal, y rezando porque Biden afloje la corbata a medida que Trump colocó en el cuello de la casta verde oliva y enguayaberada, diezmado por el rebrote de coronavirus, sarna, la muerte de una niña por falta de una ambulancia y la siniestralidad aérea y vial, que se cobró la vida de 15 cubanos, incluido el helicóptero del escuadrón ejecutivo basificado en Playa Baracoa.
Los posibilistas al servicio de la dictadura, que andan disfrazados de académicos en busca de viajecitos para forrajear pacotilla y comer como los seres humanos, y lobbystas antiembargo en Estados Unidos, suelen reconocer en privado que Alonso Grau está achicharrado, pero aducen que si Díaz-Canel lo manda a la ECOTRA (Empresa Consolidada de Otras Tareas Revolucionarias) parecería un triunfo de San Isidro y el 27-N.
Todo tacticista acaba enredado en su propia trampa mendaz; a Alpidio hay que removerlo cuanto antes para dar un ejemplo de contundencia y aviso a quienes generen problemas en vez de resolverlos y para encarar la jubilación de Raúl Castro Ruz y el ansiado diálogo con la administración Biden, sin impedimentas que empañen, aún más, la acción gubernamental.
Otro problema será en encontrar el sustituto adecuado porque, a la vista de los resultados, la política de cuadros de Machado Ventura ha sido un fracaso, excepto para sus amantes y protegidos; como corresponde al comunismo de compadres del que finge, que no funge, como capataz por su lealtad incondicional con Raúl Castro Ruz.
Descartados Abel Prieto, vacilando esa botella-trinchera que es Casa de las Américas; Iroel Sánchez, que debe andar moviendo los caracoles y pidiendo la bendición de Ramiro Valdés; Fernando Rojas, que pese a mostrar agilidad en noviembre como en febrero, acabó quemado por su ministro; Díaz-Canel tiene un casting complicado para elegir al ministro de Cultura; aunque debería aprovechar la ocasión para remodelar su gobierno y cesar a Meisi Bolaños Weiss, Alejandro Gil Fernández, Manuel Sobrino y José Ángel Portal Miranda, que se han lucido con la tarea desordenamiento, la crisis alimentaria y el rebrote de coronavirus; y proponer al Buró Político la liberación del compañero Marino Murillo que, de gurú económico pasó a brujito de Burubú, en dos mesas redondas.
Menudo arranque de 2021 está teniendo el gobierno castrista, pero en su pecado totalitario de no escuchar, lleva la penitencia de apenas necesitar adversarios reales e inventados porque con ministros pirómanos como Alpido Alonso Grau tiene garantizado un problema para cada solución, y encima, los compañeros Biden y Kamala se han hecho revisionistas y están tardando en pasar la seña bilateral, tan necesaria para ese esfuerzo baldío de culpar a la Casa Blanca de todos los males de Cuba, en ejercicio reiterado de melancolía que tanto encandila a la mayimbada, sus sirvientes y gusañeros.
Cultura es creación, diálogo, propuesta, civilización; y el compañero Alonso Grau -otra vez escondido- es el antónimo de todo eso y, por su propio bien, pero -sobre todo por Cuba- debía haber dimitido el 27 de noviembre y haberse ahorrado todo el circo que tiene contra las cuerdas a Díaz-Canel y Marrero Cruz, que se han ido a provincias para chequear los avances de la nada cotidiana.
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