Octavo día en huelga de hambre, más débil y más demacrada: así me sentía, tenía la cara pálida.
Amanecimos con la noticia de que Esteban Rodríguez abandonaba la huelga. Cada decisión que se tomaba dentro de la casa era inmediatamente comunicada al exterior, el mundo tenía los ojos en San Isidro.
Zuleidis Gómez, la esposa de Esteban, era la única que se resistía ante la presión de los represores, ella y la madre de la niña de Maykel que también iba a llevar, principalmente, agua.
Se llevaban nuestras ropas para lavarlas y traían alimentos para los que no estaban en huelga.
Al enterarse de que Esteban había dejado la huelga se alegró muchísimo porque, aunque siempre apoyó su decisión, tenía temor a que le sucediera cualquier cosa.
Desde el exterior los cubanos seguían enviando comida y dinero para comprar tarjetas SIM y burlar la censura de ETECSA; cada 24 horas había que cambiar la línea de mi teléfono porque era lo que tardaba ETECSA en descubrir el número, eso pensamos, por desgracia tenían el IMEI de mi teléfono.
En la calle el cerco policial estaba en aumento. La población ya estaba más alterada también por la situación, por toda Cuba se hablaba de los acuartelados en San Isidro que tenían al régimen en jaque. A todos los que pasaban cerca los desviaban, había hasta dos ambulancias permanentes, según contaban los vecinos.
Mi madre llegó con mi tía Vidalina, que es cristiana como Osmani, pasado el mediodía con comida hecha. Luego supe que fue idea de los represores que la llevara para ver si comíamos algo. Ella llegó, los que comían se sirvieron, le contamos las novedades y estando ahí también llegó Zuleidis con bastante comida. Ese día la nevera estaba llena con cantidad de cosas, aunque para nosotros, los que estábamos en huelga de hambre, ya era como algo normal, a pesar de que siempre se cuidaron de que no los viéramos comer.
Cuando todos se fueron, en la tarde noche seguíamos pendientes porque decían que se iban a tirar ese día a sacarnos.
Pasadas las seis de la tarde tocaron la puerta y eran tres supuestos médicos, entre ellos una mujer, y el que hablaba -no había ninguna duda de que era un agente de la Seguridad del Estado-, preguntó por Carlos Manuel y este salió al frente.
En es momento encendí la directa por CiberCuba para que no se perdiera un detalle de lo que allí pasaba. El supuesto médico le explicó que tenía que acompañarlo porque el protocolo existente era permanecer los primeros cinco días en la dirección que él había indicado cuando entró al país, a lo que Carlos Manuel respondió que podían hacerlo desde allí y el supuesto médico amenazó con volver con “fuerzas del orden” para desalojar el lugar.
La justificación perfecta para los represores poder allanar la vivienda, aunque en realidad si cumplieran con el protocolo solo tendrían que llevarse a Carlos Manuel.
Se retiraron los supuestos médicos y media hora después volvieron a tocar a la puerta. Cuando quise conectar la directa nos dimos cuenta que nadie tenía conexión, cortaron internet para todos.
Rompieron la puerta y entraron como fieras, todos con ropa blanca de protección desechables. Entraron y fueron directo a Luisma, cuatro de ellos lo levantaron en peso y lo sacaron con mucha velocidad. A Abu lo tiraron del pelo y también lo sacaron, fue a lo que alcancé a ver. Eran como cuatro policías para cada uno de los hombres, y dos mujeres para nosotras.
Yo me encontraba arriba junto a Omara, Katherine, Carlos Manuel y Jorgito, que siempre estaba a mi lado en momentos difíciles. Cuando vio de la manera que cogieron esas mujeres les advirtió "Cuidado que ella está en huelga de hambre, no le hagan fuerza". Ellas, con caras de fieras, les dijeron que no iban hacer nada pero no me soltaban. Había que bajar las escaleras y les pedí que fuera despacio porque no tenía fuerzas,; prácticamente me empujaron por las escaleras para abajo entre las dos, ni siquiera me dejaron coger una mascarilla para protegerme al salir. No recuerdo ahora mismo si logré conseguir una.
Afuera estaban todas las patrullas y una furgoneta de las que usan para trasladar a los presos, en esa subieron a los chicos, a mí a una de las patrullas y a las otras chicas también.
En un momento se escuchó a alguien gritar Libertad y desde la furgoneta de los chicos se oyeron gritos fuertes, como si le estuvieran pegando a alguien. Luego supimos que era Zuleidis que cuando supo que lo que estaba pasando llegó hasta allí y gritó.
Como era de esperar, los represores llevaron a la turba de respuesta rápida a gritar consignas partidistas.
Nos llevaron en caravana a todos para la estación de Cuba y Chacón, nos entraron a la parte de adentro, no sabía yo lo que iba a pasar con nosotros.
La patrulla entró para la parte izquierda, el frente mío era un pared, a la derecha más adelante estaba la furgoneta con todos los chicos: Maykel, Luisma, Esteban, Abu, Yasser, Adrian, Osmani, Jorgito y Carlos Manuel. Detrás de la furgoneta y a mi lado derecho estaba Katherine, detrás había dos patrullas más y una ambulancia, donde se llevaron a Omara a su casa.
Cuando llegaron todos se reunieron en la esquina derecha de la entrada de la estación y se quitaron el disfraz de protección con el que irrumpieron en la casa, descubriendo sus uniformes de policía debajo. No me extrañó nada teniendo en cuenta que siempre han actuado así, con el engaño.
Pasado unos minutos estaba mirando por el cristal trasero y haciendo la señal de la L con la patrulla que estaba detrás de mí, como a unos 5 metros de distancia, vino una policía con mucha guapería a decirme que mirara al frente, le respondí que no era una niña pequeña para estar castigada mirando a la pared, que era libre de mirar a donde deseara. No le quedó más remedio que refunfuñar y cerrar la puerta.
No sé cuánto tiempo estuvimos ahí, no sé si fueron dos horas o más. A Omara fue a la primera que sacaron de allí, la montaron en una ambulancia y se la llevaron a su casa. Luego fueron saliendo las demás patrullas; cuando salió la mía, paró en la salida, vino un represor y me entregó mi teléfono.
Supe después que muchos de los teléfonos fueron trasteados, pero el mío fue imposible, por ser iPhone nadie puede entrar, por eso soy fiel a esa marca.
Cuando llegué a mi casa estaba mi familia esperando; me dijo mi madre que habían quitado internet para entrar a San Isidro en toda La Habana para que nadie pudiera sacar nada en vivo.
Llame a Óscar inmediatamente para contarle todo lo que había pasado y, como en mi casa no iba a continuar con la huelga con mi familia, decidí abandonarla. En ocho días en huelga de hambre adelgacé 7kg. Empecé por una sopa, estuve un rato contando lo que había pasado, investigando por los demás, enterándome de a quiénes iban soltando. Supe que a los muchachos los iban dejando en sus casas, menos a Luis Manuel Otero Alcántara.
Así pasaron los 10 días en la casa de Damas 955.
Se me quedan muchas cosas por contar, como la huelga de hambre que protagonizaron también otros hermanos en Camagüey en solidaridad con San Isidro Marisol Peña, José Luis Acosta y otros. Pero son historias que no deben quedar en el olvido, como tampoco las de la cantidad de personas que intentaron llegar a la casa, los que desde el exterior se solidarizaron, las cartas de apoyo, los pronunciamientos de figuras del arte: todos, todos, hicimos que el caimán dormido despertara...
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