A 26 años del Maleconazo los cubanos siguen queriendo irse de Cuba, siguen haciendo colas para comprar alimentos, medicinas y productos de aseo, y siguen reprimidos por la dictadura comunista que se estremeció con la muchedumbre gritando ¡Abajo Fidel!, mientras eran apaleados por miembros del contingente Blas Roca y filmados por las cámaras que llegaron primero a la zona cero de La Habana.
Era la segunda vez en la historia de la revolución que unos cubanos agredían a otros, instigados por el poder, que se vio desbordado por un estallido espontáneo y se llenó de temor; aunque solucionó la crisis con la reedición de un Mariel en miniatura, pues en 1994 solo emigraron 35 mil cubanos a Estados Unidos.
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Los más viejos de Cojímar aún recuerdan los dos patrulleros destrozados por la ira popular y la irrupción de Fidel Castro en el paisaje después de la batalla, cuando anunció que permitiría que se fueran todos los cubanos que quisieran y ordenó al meteorólogo José Rubiera que incluyera, en sus partes diarios, detalles del estado de la mar en el Estrecho de la Florida.
Fue un cambio cualitativo en la información meteorológica porque hasta entonces, en la costa norte de Cuba, abundaban las marejadas peligrosas para embarcaciones menores, que era un eufemismo pactado porque los cubanos han emigrado en variados artefactos que flotan.
Los ánimos estaban caldeados por el hambre, la falta de agua potable, medicinas y los apagones de casi días enteros, a lo que se sumó el hundimiento provocado del remolcador "13 de marzo” que se saldó con 41 muertos, de ellos 10 menores de edad.
Cualquier parecido con la actual crisis no es mera coincidencia, aunque quien se hunde ahora es Cuba, bajo el peso de la ineficacia y la torpeza represiva del tardocastrismo, que ya no deja ni salir a opositores y activistas de sus casas, como si los estuvieran protegiendo del coronavirus, que ha rebrotado con fuerza, especialmente en La Habana.
El Palacio de la Revolución, en una de sus letanías preferidas, intenta culpar a Washington de la crisis económica estructural y a los coleros, esos cuentapropistas alegales, a los que la ira oficial ha puesto en el blanco; como sin con eso fueran a acabar con la escasez.
En 1994, Fidel Castro diseñó una estrategia con tres ejes:
1.- Dejar emigrar a los cubanos, aun a riesgo de sus vidas.
2.- Profundizar las reformas parciales que había puesto en práctica un año antes, con la despenalización de la tenencia de dólares norteamericanos y la autorización de pequeños negocios privados.
3.- Modificar el esquema represivo oficial con la adquisición de material antidisturbios en España y Venezuela, entre otros países, y repartirlo a discreción por las casas de los vecinos más confiables de cada barrio, donde deben permanecer aún durmiendo el sueño de los injustos o quizá hayan sido vendidos por la izquierda para otros usos.
Raúl Castro Ruz sabe que no cuenta con la primera opción, pues Washington avisó que una estampida migratoria sería leída como un acto de guerra, y las reformas estructurales no acaban de llegar porque el miedo sigue viviendo en el Palacio de la Revolución.
La tercera medida sigue vigente a medias porque, más de un cuarto de siglo después, habría que revisar el estado técnico de los medios represivos repartidos a discreción y comprobar cuántos de esos cubanos depositarios de tonfas, manoplas y cabillas siguen dispuestos a golpear al prójimo descontento.
La mayoría de los militares no parece dispuesta a reprimir violentamente a sus compatriotas, muchos de los cuales devolvieron sus carnés del partido y de la juventud comunistas tras las golpizas del Maleconazo, y han emigrado por diferentes vías en estas casi tres décadas.
Los responsables de la represión no tienen dónde esconderse, y el tardocastrismo debería encarar -sin más dilaciones- las reformas políticas y económicas que demanda la encrucijada en que ha metido a Cuba y a los cubanos.
Ningún dirigente cubano actual goza de la autoridad y el carisma de Fidel Castro, al que acuden constantemente en busca de protección y abrigo, en otro ejercicio de melancolía baldía porque el propio Comandante en Jefe lo dejó claro en entrevista con CNN:
Bernard Shaw: Después de Fidel, ¿qué pasará en Cuba?
Fidel Castro: Como les decía ayer a un grupo de amigos que me preguntaban sobre eso, ese no es un problema mío, ese es un problema de los demás. Los muertos no opinan, y a los retirados, cuando opinan, les hacen muy poco caso. Esa es la verdad.
La meta era hacer "Uno, dos, tres… muchos Viet Nam", y no Camarioca, Mariel y el Maleconazo, pero...
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