Eran las 4:30 de la tarde cuando recibo un mensaje por whatsapp de Luis Manuel Otero.
—Ven para mi casa, estamos aquí organizando algo porque no podemos seguir haciendo lo mismo; aquí están Óscar, Abu, Ana, ahora viene Omara y vendrán más para coordinar y necesitamos de ti.
—Ok, estoy saliendo para allá —le respondí enseguida.
Me cambié de ropa, me puse las zapatillas y salí para San Isidro.
Desde el miércoles 11 de noviembre, cuando supimos que Denis Solís había sido condenado a ocho meses de prisión, por un supuesto delito de desacato, empezamos a ir todos los días a la estación de Cuba y Chacón a leer poesías, convocando a todos los que desearan sumarse a la lectura, para exigir la libertad de Denis Solís.
Todos los días nos detenían, en mi caso me llevaban a la estación de policía de Cojímar y allí me dejaban hasta las 10 o las 11 de la noche.
En la noche del sábado salí de la estación y decidí irme para La Habana otra vez, fui para la casa de Luis Manuel Otero, allí me esperaban él con Anamely Ramos, para ir otra vez para Cuba y Chacón a esa hora de la noche.
Sobre las 5 de la mañana estábamos en la esquina de Cuba y Chacón, hicimos una directa y al rato decidimos ir a descansar a casa de Katherine Bisquet. Llegamos, comimos algo y nos acostamos a dormir.
El domingo empezamos a llamar a los demás, para juntarnos y seguir haciendo lo mismo, estábamos escogiendo los poemas que iríamos leyendo desde el Prado hasta Cuba y Chacón.
Salimos por la tarde: éramos Katherine Bisquet, Anamely Ramos, Luis Manuel Otero y yo. Cuando llegamos al Prado, a esperar a los demás, nos dimos cuenta de que ya estaban por allí los represores, haciéndose pasar por transeúntes. Mientras llegaban Maykel Osorbo y Esteban Rodríguez, veíamos cómo ellos nos observaban con miedo.
Cuando estuvimos todos empezamos a caminar por el Prado, Esteban y yo comenzamos con nuestras directas, él para ADN Cuba y yo para CiberCuba Noticias. A su vez, íbamos señalando a los represores que supuestamente tenían que ir encubiertos, pero sus miradas los delataban.
Íbamos leyendo poemas, caminando por el Prado. Justo en el Hotel Packard descubrimos unas patrullas y enseguida notamos que venían para llevarnos a nosotros; tenían que dar una vuelta para poder llegar a donde estábamos, lo que nos dio tiempo a cruzar la calle y llegar hasta la embajada española. Pero, cruzando la calle se nos paran dos patrullas, uno de los policías va directamente hacia mí a pedirme que apague el teléfono, como si no existiera nadie más que yo. Inmediatamente me monta a la patrulla y allí estaba, sentado en el asiento trasero, el represor Alejandro.
Alejandro, temblando y como si fuera un niño pequeño, me arrebata el libro de poesía como si fuera algo que lo pusiera en peligro. Me di cuenta de cómo temblaba, parecía que era él quien tenía miedo de mí cuando debería de ser al revés, ellos son los que tienen que sentirse poderosos y nosotros con miedo, pero hacía mucho tiempo que conmigo habían perdido esa batalla.
Me trasladaron hacia la estación de policía, y allí vi el parqueo lleno de patrullas y a todos movilizados. Yo tenía mi bolso y Alejandro ordenó a un policía que me lo quitara; este me pidió que se lo entregara, a lo que le respondí que eso era ilegal, que no podía quitarme el bolso hasta no llegar a una estación de policía y llevarme a un calabozo.
El oficial me quitó el bolso a la fuerza, como si de un ladrón se tratara. Lo miré a la cara y le dije que recordara a los nazis, que cuando Hitler cayó, fueron perseguidos por el mundo entero y pagaron por lo que hicieron, que la dictadura no será eterna y estaba en sus últimos días, que pensara bien lo que hacía y que obedecer una orden injusta no le eximía de ser culpable.
Decidieron llevarme a la estación de Cojímar. Durante todo el camino el policía me observaba con miedo, su reacción a lo que yo le dije lo tenía muy asustado. Llegamos y me subieron a la sala de reuniones, donde últimamente pasaba mis días custodiada por varios represores.
Ahí me quedé sola con el represor Alejandro. Traía consigo dos cajas de comida de esas que les reparten siempre. Se sentó frente a mí y empezó a comer; comía con un hambre de perro, sin modales y, como si no hubiera más, terminó la primera, me miró y fue a por la segunda. Devoró ambas cajitas en menos de 10 minutos.
Ahí estuvimos hasta las 11:00 de la noche, a esa hora vino otro represor y sobre la 1 de la madrugada me dejaron en una patrulla en mi casa, esperaron a esa hora para que no tuviera cómo volver a La Habana Vieja.
Así fue hasta que el lunes, después de la conversación por whatsapp con Luisma, como le llamamos los amigos, salí para San Isidro.
Todo fue muy rápido, me encontré a un amigo que tiene una moto y me acercó hasta el reparto Camilo Cienfuegos, más conocido como Habana del Este, me dejó bien cerca de la Monumental. Fui caminando hasta la vía y le hice señas a una máquina; luego de subir, el señor que estaba a mi lado, en el asiento de atrás, se queda mirándome e inmediatamente me dice:
—Iliana Hernández —lo miré y pensé "no puede ser".
—Tú eres Iliana la de CiberCuba —uf, qué susto, me di cuenta de que estaba a salvo.
—Sí, soy yo.
Enseguida me cuenta que es seguidor mío, que siempre se preguntaba "cómo es que nunca me la encuentro si vivo cerca", y ahí nos pusimos a hablar de todas las cosas en las que coincidíamos y nos reímos cuando le conté que venía en plan clandestina porque iba para San Isidro y que cuando dijo mi nombre, lo primero que pasó por mi mente fue: "No puede ser, me cogieron". Nos echamos unas risas hasta que llegamos al destino, inmediatamente me fui a buscar un bicitaxi y en menos de 10 minutos estaba en San Isidro.
Qué alegría cuando llegué y me encontré con personas que hacía meses no veía como Abu y Óscar, también estaban Anamely, Katherine, un amigo de Óscar y luego fueron llegando Omara, Maykel, Esteban... La cosa se fue calentando porque, según avanzaba la noche, también llegaban los represores.
Los vecinos empezaron a decirnos que había varias patrullas por los alrededores y estaban acordonando la zona, pero dejaban transitar. Fueron llegando otros: Jorge Luis Acosta, Osmani Pardo, Humberto Mena acompañado de su madre y, pasadas las 10 de la noche, Adrián Rubio, que pudo burlar el cerco policial ya que a esas horas estaban pidiendo el carnet de identidad y no dejaban pasar.
Esa noche, aprovechando el encuentro, cantamos, bailamos, hablamos; estábamos felices por lograr estar todos juntos en la casa a pesar de lo que pasaba afuera.
Toda la noche los represores de la Seguridad del Estado se mantuvieron en ambas esquinas de la calle Damas y nosotros adentro. Nos sentíamos protegidos porque estábamos unidos.
A la hora de dormir nos acomodamos como pudimos. La casa de Luis Manuel no tiene paredes, es totalmente abierta; solo el baño está un poco más cerrado, pero como puerta solo tiene una cortina, a la que Óscar Casanella ingeniosamente días después le puso un cartel de “Ocupado” para cuando uno entraba.
En la parte de arriba de la casa nos acomodamos como pudimos Luis Manuel, Katherine, Omara y yo, y en el gran salón todos los demás; pusieron ropas y cosas para no dormir a piso pelado.
Nos acostamos bien tarde, la última en irse a la cama fue Anamely, después de oír mucha música; aunque la madre de Humberto Mena no pegó ojo, tenía mucha energía acumulada esa noche.
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